Para cantarte, Antioquia, subiré
por mi sangre
Todos los afluentes callados del
recuerdo
Y saltaré a las barbas brumosas
del abuelo
Desde los ojos altos de cielo de
mi madre.
Recogeré mi infancia, la que jugó
en tus calles
Con cuatrocientos años de
historia y de silencio,
Y escucharé que un río de escudos
y abolengos
Golpea en mis palabras tambores
sobre el aire.
Con labios de nostalgia diré
nombres frutales
Para que se despierte la rosa de
tus vientos,
Y sentiré en el árbol calcáreo de
mis huesos
Un escuadrón de trinos
custodiando el paisaje.
La humilde clavellina y el rojo
“bienmesabe”,
Las ceibas centenarias y el casto
limonero,
Me contarán la savia que rueda
por tu suelo
Desde que tú eras hija de cédulas
reales.
Subiré a la “Glorieta”, y al
contemplar la tarde
-Romántica manola de antiguos
aderezos-
Evocaré la historia del Mariscal
Robledo,
Con sus largos mostachos uniendo
dos ciudades.
Con familiar confianza, pasaré
los portales
De tus viejas casonas donde se
asusta el viento,
Y buscaré leyendas de “espantos”
y de “entierros”,
De “espíritus que penan” y
sombras de aquelarre.
En actas empolvadas y archivos
coloniales
Veré los blancos dientes de los
esclavos negros,
Cuando una firma noble les hizo
otra vez dueños
De sus propias nostalgias y de su
propia sangre.
Y cuando la campana desgrane
sobre el aire
Su elevada mazorca de trinos y de
rezos,
Tomando de la mano mi ancestro y
mis recuerdos
Entraré a las iglesias que me
enseñó mi padre:
La Catedral austera, incensario
donde arden
Las cenizas primeras del
primigenio templo.
Allí está “La Conchita”, un
milagro pequeño
Y azul como el antiguo “Cantar de
los Cantares”.
Santa Bárbara,
anciana pastora del paisaje.
Iglesia donde tiene pátina el
“Padrenuestro”.
Frente a su “Inmaculada” pasa en
sordina el cielo.
Mientras “La Aurora” llena de
amanecer sus naves.
Anclada en la plazuela de trazos
virreinales
“La Chinca” es un navío con proa
a los luceros.
Al verla, se diría que hasta los
campaneros
Junto al grito
de bronce parecen capitanes.
Mi Padre Jesús, cofre de añejas
humildades
Lleno de cal por fuera y de
perdón por dentro.
Iglesita pequeña que custodia el
sendero
“vencedor del orgullo y de las
vanidades”.
San Pedro Claver, alta como el
nido del aire.
Solitario
vigía. Remanso del incienso.
Huella de la sandalia de quien
amó a los negros
Y por último, entremos a la
iglesia del Carmen.
“La Vieja” está esperando. Hoy
como en el pretérito,
Tengamos para ella alma de
“cosecheros”
Y el corazón sencillo como un
trino en la tarde.
En todas las iglesias, los
pinceles geniales
Dejaron estos lienzos, todos de
gracia plenos.
Son de la
“PURA Y LIMPIA” madre del Nazareno
Ante quien se arrodillan los
puntos cardinales.
Jorge Robledo Ortíz
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