Es
sorprendente la capacidad de trabajo y sacrificio que tenían los arrieros. El
pasarse todo un día y todos los días transitando por unos caminos, que apenas
merecían este nombre, conduciendo una recua de animales, algunas veces
indóciles y cuidando la carga en muchas ocasiones de extrema fragilidad, era
para gentes de temple extraordinario y de una probada afición al trabajo:
Hernán Galeano, un arriero de Sonsón, entrevistado expresaba: “Me gustaba mucho ese oficio aunque uno
sufría mucho, porque hablando religiosamente, el agua que caiga en el día, es
del arriero, porque uno con unas mulas en el camino no puede escamparse en
ninguna parte, a mí me toco sufrir mucho. Avemaría.”
Quienes
ingresan al oficio de la arriería, lo hacían desde muy jóvenes y en la escala más baja de la jerarquía, la
cual era la de sangrero , con la esperanza de llegar a caporal, y por que no, a
ser dueño de sus propias mulas.
En
esa difícil escuela crean una ética que valora el trabajo como el medio más
idóneo para el ascenso social y para la adquisición de bienes de fortuna,
característica que pervivió por muchos años en la forma de ser y sentir del
pueblo antioqueño.
Tomado de: Guillermo
Cadavid – Sonsón y la arriería
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